Magia de Verdad

diciembre 05, 2006

Invadida como está la ciudad por este comercialoide sentimentaloide en que se ha convertido la Navidad, parece casi imposible encontrar ese ingenuo asombro que nos causaba esta época cuando nuestros dientes aún eran de leche [y todavía no existía la leche light, semi-descremada, semi-pasteurizada, deslactosada - era sólo leche... y en algún otro post tendré que hablar de mi fijación láctea en todas sus formas].

Pues ni quejarnos. Ya habrán suficientes quejas con el caos vial provocado por el "espíritu navideño", ese que no cierra Reforma pero obliga a la gente a salir como hipnotizada a atascar los restaurantes y centros comerciales en la búsqueda de ese 'quiénsabequé' que hace mucho no encontramos.

Bueno pues yo llegué a la conclusión que aquél ingenuo asombro no tiene que ver tanto con la Navidad o los Reyes, como con aquellas personas que se encargaron de que en aquellos dientes de leche se reflejaran miles de foquitos de colores - que hasta la fecha me consuelan y me recuerdan que sí hay momentos felices y personas que nos quieren por quienes somos, sin importar lo que hicimos o dejamos pendiente.

Ojalá que ustedes tengan también a alguien que les encienda esos foquitos de colores y sepan agradecerlos, apreciarlos y guardarlos en la memoria para encenderlos en tiempos alegres y también en los difíciles.

Yo doy gracias por todos estos foquitos que se quedaron encendidos.


:: MAGIA DE VERDAD ::


A las niñas que no creen en fantasías.
A los papás que creen no tener tiempo para enseñar a sus hijas a creer en fantasías.
A las mujeres que no se han dado cuenta que a los ojos de su papá van a ser niñas por siempre.
A mi papá, donde quiera que esté.


“Es un cuento de hadas. La magia no existe”. Frases prácticas que cariñosamente utilizan los papás de ahora para establecer en la mente de sus hijas el principio de realidad. Casi me convencen.

En un tiempo en que creer es ser vulnerable y la ingenuidad es sinónimo de inmadurez, todavía hay alguien que puede alimentar nuestra capacidad de asombro. Alguien que nos enseña a creer y a luchar por lo que creemos. Alguien que en el fondo sabe que lo difícil no es averiguar si la magia existe, sino tratar de vivir con magia donde parece que no hay lugar para los sueños.


HABIA UNA VEZ un amor enorme. Un beso de buenas noches. Una mirada de confianza y una sonrisa de orgullo en mi examen profesional. Un correr a la puerta en pijama para recibirlo: “Hola pá, ¿cómo te fué?”. Un abrazo interminable sólo para escuchar latir su corazón. Su respiración.

Y por suspuesto sus ronquidos en la noche.

Había una vez un regaño y un grito a tiempo. Una advertencia: “No te estés meciendo en la silla... te vas a caer”... Inmediatamente después un “Venga acá mija, pá que la levante... ya no llores, ¿por dónde se fué el ratón que te tiró?, vamos a buscarlo...”. Había una vez lágrimas en sus ojos al leer los agradecimientos de mi tesis.

Había una vez un sentimiento de confianza y protección. Algo que sientes al dormirte en el coche cuando él maneja sin preocuparte a dónde vas, ya te cargará cuando lleguen. Había una vez un aprender a andar en bici con la tranquilidad de saberlo cerca y sin aliento, corriendo atrás de tí. Había una vez un mundo que sólo se ve a través sus ojos.

El amor de un papá y su hija es magia, magia pura... es magia de verdad, una clase de magia que sí existe. Imposible describir un cariño tan grande con estas pequeñas letras. Impensable que pase por tu vida sin sentir que te deja el corazón en cada beso.

¿De dónde surgirá tal magia? Podría ser algo especial que se respira de pequeña al dormir sobre la pancita de tu papá. Podría ser un hechizo que se renueva cada vez que tomas su mano, cada vez que te da el brazo al caminar por la calle o que te abre la puerta como todo un caballero, el primer caballero de tu vida.

Creo que está en ese tímido temor que se siente en el estómago al tocar a la puerta de su estudio para confesarle alguna travesura o pedirle consejo.

Está en ese pequeño mundo que tu papá crea especialmente para tí a partir de las cosas más sencillas. “Mira Claus, mira los changuitos que van en el coche de junto!”. De pronto, todo se transforma en aventura: ya no vamos camino a la escuela, sino en una expedición al África. De la misma forma, entramos a oscuras cuevas disfrazadas de pasos a desnivel y, si entrecerramos nuestros ojos en la noche, veremos estrellas fugaces, cometas y planetas de colores en lugar de semáforos y luces de stop. Todo es magia.

:: Algo en su idioma
Tu papá conoce a todo el mundo y todo el mundo lo conoce. Mi papá, por ejemplo, era de esas personas que parecen familiares. No faltó quien lo saludara en la calle sin conocerlo y él, siempre atento, devolvía el saludo con una sonrisa y la mano en alto. “¿Quién es papi?”. “Quién sabe mija... pero hay que saludarlo: ¿Cómo le va? buenos días”.

La magia agudiza los sentidos para estar atenta a todo lo que tu papá hace. Siempre es el héroe, el as del futbol, el experto en mate y ortografía, es arquitecto, chef, contador, veterinario, mecánico, consejero sentimental y hasta campeón de dominó. En término s actuales, es el poseedor del know-how hogareño. Sabes que él lo sabe todo y lo que no lo inventa: “imaginación, imaginación”.

Definitivamente quieres ser como él cuando seas grande... aunque no sepa inglés ni computación.

Mi papá nunca aprendió inglés y creo que no lo necesitó. A él le bastaba el español, la sonrisa, el ingenio y sus manos gorditas -siempre calientitas- para expresarse.

En una ocasión tuvimos oportunidad de ir a Houston de vacaciones; yo tenía 4 años. Todo era muy simple: mi mamá de compras y mi papá de niñera. Después de vueltas y vueltas en el centro comercial -la peor pesadilla de cualquier papá con la cartera en el pantalón-, se me ocurrió la gran idea de querer un helado de limón. A los pocos minutos y ante mis asombrados ojos, el helado estaba en mis manos. No recuerdo cómo fue la transacción ni cómo pidió el helado, pero lo que mi papá nunca olvidó fue lo que yo le dije: “Ay papi, ¡qué bonito hablas inglés!”.

:: Algo en sus palabras
Toda la vida al lado de mi papá fue una especie de ensayo general, un estudio de prueba y error que él supervisó con todo cariño. Hubieron largas pláticas, sermones, discusiones de la más diversa índole, 100 historias iguales y 100 gestos de “noooo, esa ya me la sé!”.

Cuando entré a estudiar Filosofía como segunda carrera, él fué el primero en apoyarme. ¡Cómo no apoyarme si era su especialidad!. Sin saber de grandes pensadores ni complejas doctrinas, su máxima era muy sencilla: “Todos los extremos son malos”. No tardé mucho en comprender que buscar el justo medio aristotélico no es mediocridad sino sabiduría.

La axiología también era cosa fácil, sólo hacía falta tener una escala de valores sin grandes complicaciones: lo espiritual sobre lo material, la familia sobre el trabajo, el aprendizaje sobre las calificaciones, la fidelidad, el amor, la dignidad, la justicia y la honestidad sobre todo lo demás. No se necesitan maestrías ni doctorados, sólo mucha práctica.

Tenía palabras para cada ocasión. “Un ¿me explico? es mejor que un ¿me entendiste?”; “si tu problema se puede resolver ¿para qué te preocupas? y si no... ¿para qué te preocupas?; “como en una orquesta, cada quien a su instrumento”, “no hables cuando estoy interrumpiendo”; y las palabras mágicas: “los hubiera no existen, por algo pasan las cosas”.

Aquí debo admitir que todavía sigo luchando con mi frase célebre: el temible y autosuficiente “ya lo sé”. El único remedio -decía mi papá- es aceptar que no sabes y preguntar, una conclusión definitivamente socrática. “No hay preguntas tontas, hay tontos que no preguntan”.

:: Algo en la memoria
En ese espacio que existe entre un papá y su hija hay una extraña complicidad, un lazo que une los secretos, las travesuras, una amistad que perdona todo pero educa siempre.

“Mejor que te lo diga yo, que te regañe yo a que te lo diga alguien más que ni te quiere ni te conoce igual”. Conforme creces en esa complicidad empiezas a aceptar que en realidad tu papá no lo sabe todo, pero hace su mejor esfuerzo. De algo debe servir que te conozca como a la palma de su mano.

Como todos los papás, el mío también tuvo defectos y errores; creía tener siempre la razón -y a decir verdad, fueron pocas las veces que se equivocó-. Pero hay algo que nos cuesta trabajo entender: los defectos no hacen menos perfecto a un papá ni nos hacen dejar de quererlo. Así como son el ejemplo a seguir, también es válido aprender de sus errores.

Para querer a un papá hay que tener paciencia y entender lo que hay detrás de cada palabra y cada actitud, conocer su historia y grabarla en la memoria como parte de nuestra propia historia. Eso es magia, eso es amor.

:: Algo en su historia
Desde muy chico, mi papá aprendió a valerse por sí mismo en una familia de 9 hermanos. “¿Todos vivos?” -le preguntaban a mi abuelito- “Pues unos vivos y otros mensos, pero todos comen”.

Con cualquier cantidad de obstáculos en el camino, mi papá hizo una brillante carrera como Contador Público. Se hizo de una casa y muchos amigos. Fué músico empírico que aprendió a tocar la guitarra “de puro oído”. Conquistó a mi mamá con serenatas, poesía y acrósticos. Siempre quizo escribir un libro y quería escribir como Jaime Sabines “de las cosas importantes, pero sencillito y sin tanto adorno”.

Hay anécdotas tejidas con magia que escribiría toda la vida. Cosas que una hija no puede olvidar.

Podría escribir de su alegría y su sonrisa franca; del carisma que tenía con los niños; cómo los levantaba con una sola mano para hacerlos bailar “en una patita”. De la única canción que no podía faltar en su repertorio: “El Oso Carpintero”; de cómo construyó la casita de muñecas; de cómo no se perdía ningún festival de la escuela.

De cómo me enseñó a usar sus herramientas, a hacer las cosas bien o mejor no hacerlas; a irle a las “Chivas” sin apasionamientos; a fijarme en los detalles, a organizar mis pendientes: “Haz una listita para que no se te olvide”.

De cómo tenía sus coches “al puro centavo”. De su enfermedad y la disciplina con que siguió el tratamiento. De sus siestas o “coyotitos” por la tarde para reponer fuerzas. De su preocupación por la situación política del país y la religiosidad con que leía la columna de Germán Dehesa.

Con sus pocos pelos pero bien peinados, decía que él no era feo, era “curiosito”: “Ora tú, ¿qué traes con los pelones?”. La última vez que fuimos a Coyoacán quería una de esas gorritas con rastas integradas para parecerse al “Mosh”.

No podían faltar las “botanitas”de los domingos. Lo mejor: las canastitas de guayaba rellenas de cajeta . Lo peor: sus inventos extraños a base de salsa inglesa y picante.

Tres hijas y una sutil forma de expresar sus celos: “¡ay qué chula mija!, llévese un paraguas o por lo menos un periódico pa’ espantar a los moscones” -y si tenías la piernas flaquitas decía “córtale esas dos hebritas que le cuelgan al vestido”-. Así de especial era Javiercito.

:: Algo en lo divino
Quizás la magia viene de Dios. Es otra posibilidad para los que creemos en El Papá por excelencia. En esa paternidad universal hay una magia que los grandes teólogos aún discuten y no terminan de estudiar. El Papá de todo cuanto existe, de lo visible y lo invisible, de la magia y de todas esas cosas inexplicables.

Siempre creí que todos podíamos ser ángeles. Bastaba con pedirle sus alas al ángel de la guarda y ser ángeles para otros. Seguramente el ángel de mi papá nunca pudo volver a volar. Pobre ángel, creo que mi papá todavía no le devuelve sus alas.

:: Algo en su adiós
Hace apenas unas cuantas semanas mi papá emprendió su viaje infinito. Corrijo -y lo escribo completo como para terminar de convencerme-: mi papá se murió.

Y algo se mueve en el alma. Y estoy triste. Y lo extraño mucho.

No han faltado pésames ni despedidas, temores, rencores ni desconcierto. Las culpas que asistieron al velorio se despintan hoy con lágrimas y se consuelan con recuerdos. Amigos sinceros, sonrisas familiares, miradas solidarias, abrazos alentadores. Una enorme paz.

Ahora sé hasta qué punto creo en la vida después de la muerte, porque hay un duelo que no es de estos días, algo para lo que él me fué preparando desde pequeña. Nuevamente hay “algo” que me dice que todo va a estar bien y que él nunca se habría ido teniendo asuntos por resolver. Su adiós sólo demuestra que confía en mí. Es una seguridad que sólo entienden los papás y las hijas.

Creo que hice mi mejor esfuerzo por aprender todo lo que él tenía que decirme. Ahí también estuvo la magia. Era como tomar apuntes para una prueba muy lejana, para cuando realmente tuviera que vivir y hacer las cosas por mí misma. El examen llegó 24 años después y aún no acabo de leer todas las preguntas cuando creo tener ya la mayoría de las respuestas.

Cada una de mis hermanas tiene su propia historia con él, cada una guarda la magia de diferente forma y las tres somos a la vez prueba viva de que tal amor existe.

Como en los cuentos de hadas, la historia tiene un final feliz: la magia es más poderosa y mi papá está aquí, más cerca que nunca.

Pá: Gracias por hacerme parte de tu magia. Te quiero de aquí al cielo (y no te rías).

::Claus

[Julio del 2000]

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Claus, es increíble la facilidad que tienes para impregnarle a las letras tus sentimientos más profundos y compartirlos. Me hiciste llorar, me hiciste reir y sobre todo me hiciste recordar cuanto quiero a mis papás, a mi familia, a mis amigos.
Un beso grandote............Nat

Anónimo dijo...

Clau, gracias por compartir esta parte de tu vida y no solo por el hecho si no por la forma en que lo haces.

Anónimo dijo...

Claus, qué te digo que no hayan dicho los anteriores: sí, lloré, como una niña de dientes de leche; sí, me reí como la compañera cómplice del amigo que se las sabe de todas, todas. Sí, recordé que los hay de todo tipo, pero que saber que una tiene a uno de alas tan largas, longevas y ligeras es siempre una bendición, no una casualidad.
Gracias por compartirlo.
Blanca

::claus:: dijo...

Muchas gracias por sus comentarios!

Nat: Luis, Paulo y tú ya son parte de las personas que le ponen foquitos de colores a mi navidad. Un abrazo!

Anónimo(a): Muchas gracias! Ojalá haya traído buenos recuerdos o buenas ideas para crear mejores recuerdos de la gente que queremos.

Blanca:Ya eres mi editora favorita [aunque no me edites - jeje]. La intención no era causar lágrimas, pero luego hacen falta para apreciar mejor las sonrisas.

Sisternas: Ya sé que no escribieron porque una lloró [otra vez] y la otra anda muy ocupada. Pero sé que sí leen este intento de blog de vez en cuando [aunque sea para ver qué intimidades escribo de ustedes]. Las quiero!