Viaje al fondo de un vaso de leche

septiembre 20, 2006

Como todos los años, el 19 de septiembre los noticieros mexicanos dedican un gran espacio al recuerdo del terremoto de '85 en el DF. Tantito por verdadera conciencia de la magnitud del evento - tantito por rating y morbo de las nuevas y viejas generaciones. Emprendemos el viaje hacia los miedos y los recuerdos incompletos, al ver los videos, las fotos, la inolvidable interrupción del noticiero Hoy Mismo mientras Lourdes Guerrero narraba el momento del desastre.

Es un día y muchos días posteriores a él que dejaron todo tipo de historias... desde las más crueles e inverosímiles hasta las que provocaban risas y canciones como aquella de ¿dónde te agarró el temblor?

Esta última pregunta, para mucha gente de mi generación es uno de los temas de conversación más socorridos junto con aquello de ¿cuántos episodios tuvo Don Gato? ¿cómo se llamaban los niños que cuidaba la Señorita Cometa? y ¿cómo se llamaba el perro de 'Ahí viene Cascarrabias' al que se le caía la naríz?

Pues yo miraba al fondo de un gran vaso de leche con chocolate, sobre un mantelito de vinil que no recuerdo de qué era [seguramente de Mickey Mouse o de aquellos dinosaurios de Burger Boy], en mi primer encuentro cercano con un temblor - que horas después sabríamos que en realidad había sido terremoto.

Me recuerdo sentada en un banquito, desayunando medio adormilada en la barra naranja de la cocina [muy a-go-gó la decoración] cuando [según yo] "alguien" me movió la mesa... Pues nada, que la lámpara también se mueve, que mi mamá [en ese entonces embarazada de mi hermana menor y a días de que naciera] abraza a mi otra hermana y se quedan detenidas del marco de la puerta. Y que baja mi papá corriendo en bata [se estaba bañando] a detenerme a mí y a la pequeña cantina con ruedas que estaba a punto de estamparse con la puerta de la entrada. Tengo la firme imagen de que el piso estaba inclinado unos 45º [suena exagerado ¡pero recuerden que era yo pequeña!]. Creo que aún así nos llevaron a la escuela, pero como suspendieron las clases, regresamos a la casa.

Ese día tuve mucho miedo.

Y el miedo aumentó al día siguiente cuando hubo una réplica, bastante fuerte también y por la noche. Creo que varias noches dormimos en la recámara de mis papás - por si las moscas.

Es difícil controlar el miedo a lo desconocido, a lo inexplicable [aquí no cuentan las explicaciones de la Miss de Ciencias Naturales], a lo inesperado, a cualquier cosa que amenaza tu existencia y la de tus seres queridos y más aún cuando te vas dando cuenta de todas las consecuencias que pueden tener unos cuantos segundos de movimiento. Este miedo despierta todo tipo de razonamientos: ¿Qué pasa si me quedo sin familia? ¿por qué les pasó a otras personas y no a mí? ¿será que a todos nos toca esa suerte, pero a diferentes tiempos? ¿tengo que hacer algo especial para evitar que eso me pase? ¿por qué le puede pasar eso a alguien sin importar si se porta bien o mal?

Después de ese día me acuerdo que cada noche, junto a mis oraciones, hacía un recuento bastante pesimista de todo lo malo que se me ocurriera que podía pasar: Terremotos, maremotos, incendios, que se cayera un avión, etc. [obviamente no eran tantos los desastres dado lo reducido de mi universo a los 9 años]. Parecería una lógica, ahora que lo analizo, muy al estilo de las 'premeditaciones' de los filósofos estóicos como Séneca, que pensaban que ya todos tenemos un destino inamovible, que no se puede cambiar... así que mejor nos preparamos para lo peor, o en otras palabras, mejor nos ponemos "flojitos y cooperando".

Sin embargo la verdadera razón detrás del fatídico recuento, era mi necesidad de hacer un pequeño ritual que exorcisara toda la posibilidad de desastre, es decir, yo empezaba a entender en esa etapa de mi vida que no todo podía suceder como yo quería y que mis poderes de premonición nomás no funcionaban... Es más, todo parecía indicar que era al revés: Aquello que yo pensara, seguramente NO iba a suceder [claro que mis pensamientos incluían viajes sorpresivos a Disney en días de escuela, que no hubiera clases, que el fin de semana tuviera 5 días y que no fuera necesario estudiar para un examen].

Y así era como me protegía de lo inesperado haciendo listas mentales de desastres. Qué bueno que en ese entonces no sabía que igual de desastroso podía ser una enfermedad, terminar con el galán de la vida, vivir con la conciencia intranquila o perder una chamba... porque entonces el recuento se habría vuelto interminable y me habría convertido en insomne a muy temprana edad.

Ahora ya no hago recuentos, por la misma razón quizás supersticiosa, pero en sentido contrario: Todos los pensamientos son energía... y con la fuerza adecuada y la casualidad de tu lado, la energía puede convertirse en realidad [¡qué miedo!].

Así que mejor hagamos una pausa para pedir que aquellas personas que perdieron a algún amigo o familiar, hayan encontrado resignación, consuelo, razones, sentido... y pensemos en algo optimista que se pueda acompañar con un vaso de leche [y si le ponen chocolate, mejor].

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